jueves, 29 de octubre de 2009

a poe

ayer mismo
no hacía falta
más que alzar la mano
y una estrella era mía

   aquí abajo
   el terciopelo
   bajo mis uñas
   me recuerda
   un cuervo

y dice
"nunca más"

suicidio frustrado

hoy quise
intentar el suicidio

+ no pude

   ese olor a guisado
   de la vecina
   invadió mi melancolía

acabé
pidiéndole
un poco
   y comiendo arroz
   junto al gato

tiñe de rojo

la tarja
del fregadero
la sangre
del cerdo
recién sacrificado

¡son las fiestas de los muertos,
vino, mole y pozole con carne!

muerto nuevo

huele
a muerto nuevo
en el pueblo

la caja,
la carroza,
las flores,
el mariachi,
los dolientes
   invaden
   la calle principal

sobre un montículo de tierra
Doña Lola y Doña Petra
platican
los pormenores

huele
a muerto nuevo
en el pueblo

   sobre la catenaria
   grazna un par de urracas

fue

hace veinte minutos
   en la orilla de un camino
   polvoriento

entre la maleza seca
aún puedo ver
   apuntando al cielo
una pata
de perro negro
   que aún intenta
      caminar

guirnalda

¿será que con flores
     los muertos huelen mejor?

alas difuntas

mil pies
y algunas patas
              brincan
              corren
              se retuercen

ninguna quiere mirar
   al pájaro muerto
   sobre la banqueta

sin embargo
sigue ahí

señalándolos
   con sus alas

¡vaya mentira
que la muerte
sea parte
de la vida!

giran las horas

el gato agripado
las huele y maúlla,
lame un segundo fugaz
que ha pasado volando
...
sus bigotes bostezan

y yo
hecho un ovillo

¿entonces no te fuiste?

   la pregunta tenía forma de relámpago
   y entró por todo tu cuerpo

en un segundo
estabas de pie
        en un abismo

otro relámpago
        la tierra se cerró
        bajo tus pies

el mismo golpe que abrió tus párpados

   pero la tierra se hace sola
   y tus sueños...

son las 4:00 am
   y no

     no te has ido

        aún hay tiempo

miércoles, 28 de octubre de 2009

necesidad

¿ves esas gotas?
¿puedes verlas?
          agazapadas ahí arriba
          esperando

nubes de lluvia
que traen a mi memoria
nubes de lluvia

   hay veces en que casi no puedo
   soportar la realidad
tan pesada

esperando...

          ¿puedes sentirlo?
a veces necesitamos
un poco de ficción
en nuestras vidas

viernes, 9 de octubre de 2009

Reinventando al Oso según las estrategias de (Re)Invención del Oso.

Oso. Del latín ursus, familia de los úrsidos. La Real Academia Española dice, en la vigésima segunda edición de su Diccionario, que se trata de un sustantivo masculino que define a un “mamífero carnívoro plantígrado, que llega a tener un metro de altura en la cruz y metro y medio desde la punta del hocico hasta la cola, de pelaje pardo, cabeza grande, ojos pequeños, extremidades fuertes y gruesas, con garras, y cola muy corta (que) vive en los montes boscosos y se alimenta con preferencia de vegetales.”

Claro, esta definición se queda por mucho corta, confusa, y con perdón de la sacrosanta e inmaculada Real Academia, incluso errónea. En efecto, es un vertebrado de temperatura relativamente constante cuyo embrión, provisto de amnios (una membrana compuesta por somatopleura, que rodea al embrión suspendido en líquido amniótico) y alantoides (otra membrana que se convierte posteriormente en parte del cordón umbilical) se desarrolla dentro del cuerpo materno hasta el momento del nacimiento, tras lo cual se alimenta con la leche que producen las mamas de su madre; en definitiva, un mamífero (hasta el fin de sus días, aunque a partir de la pubertad suele servirse de “mamas” sustitutas y otros accesorios corporales o inanimados que suele llevarse a la boca). ¿Carnívoro que se alimenta con preferencia de vegetales? Eso en mis tiempos se llamaba omnívoro. Un cometodo que no sé a ti, pero a mí me suena mucho más a peludo barrigón contemporáneo. Plantígrado retozón sí, en momentos cuadrúpedo, en momentos bípedo y también encontrado en muy diversas posturas dependiendo de la situación, el número de ejemplares y el acomodo. Enorme, al menos en su relación talla-peso, hirsuto con pelaje de colores y espesuras tan diversos cuan diversos son los genes, la geografía y el clima. Su morfología puede variar de individuo a individuo, aunque es cierto que sus extremidades suelen ser fuertes y gruesas. Algunos prefieren limar sus garras, y aunque muchos tienen aún cola que les pisen, ya no es un requisito de la familia.

El oso pertenece a ese grupo de cosas que en apariencia son tiernas, peluditas y acariciables; el regalo perfecto para un san valentín o una navidad, sobre todo cuando es pequeño, sonriente y muy redondo, pero en el fondo puede ser tan salvaje e impredecible como pocos: se dice que a veces muerde sin avisar. Podríamos compararlo con un koala o un wombat, aunque por definición un oso nunca es un marsupial; de lejos se parece mucho a una pelusa grande, pero suele ser mucho más gracioso y activo (al menos en el sentido de diligencia y movimiento, porque en otros sentidos el término suele no ser del todo correcto); con una almohada comparte las características de suavidad y comodidad, mas su ritmo no es del todo circadiano ya que depende de sus quehaceres y de su estado de ánimo; por lo general no suele estar quieto durante la noche y mucho menos cuando está en buena compañía. Hablando de ritmo, su andar es acompasado y en la medida de lo posible preferirá no correr. Cada año marcha en un grupo numeroso de sur a norte (algunos llegan hasta el polo, otros prefieren cruzar en el río, y otros tantos siguen su camino propio), y aunque algunos todavía se rehúsan a unirse a la manada, es bien sabido que para la mayoría tal caminata es todo un placer; un festín de feromonas, sudor y abrazos.

Pero vayan o no vayan a la migración anual o a las muchas reuniones públicas o privadas, una cosa es cierta: siempre habrá chance de encontrar un oso a la vuelta de la esquina, porque existen muchas y muy variadas especies, clases y personajes ursinos: el gigante de cara corta, el pardo, el negro americano, el de la Gran Dolina, el tibetano, el bezudo, el malayo, el panda, el grizzly, el de anteojos, el de saco y corbata, el de overol, el de cuero, el de bata, el de uniforme, el polar, el de las cavernas, el de los antros, el perezoso, el trabajador, el chichifo, el metrero, el taquero, el albañil, el divertido, el aburrido, el tedi-oso, el oso-Teddy (el original y apapachable), el otro Teddy (el de Mr. Bean), y otro mas (el de I.A.), y están Balú, Ben (Grizzly Adams, ¡ah nostalgia!), Rupert (en Padre de Familia), Golden Graham, Winnie Pooh, Bamse, Barnaby, Andy Panda, Bear a secas (En la casa azul), y Banjo -sin Kazooie-, y los Berenstain y Big Boy Willy, y también los patéticos Osos de Bush y Fox, Blubber (de Las carreras locas), Bobo (de Los Simpsons), Bolke, Boskov (Evil con carne), Bongo, los Berbils (Thundercats), los Ositos Cariñositos, Yogui, Bubu, Forever Friends, Tim (de Vecinos Invasores), Fozzie, los 3 Ositos (los de Ricitos de Oro), Gusto, Zummi y los demás Gummi, Br’er Bear (del clásico Hermano oso), Kit Nubarrón, Hair Bear Bunch, Kuma, los Osos Hillbilly, Humprey, Lex Berko (Weslyean zombie bears), Kukalaka, Lars, Smokey, el Oso Barney, los Osos Montañeses (¡ya están listas las viandas, a’pa!), Kissyfur, los Osos Mañosos, el Oso polar de Coca-Cola, Po (el Kung Fu Panda), el Oso-Buco, Mimosín (aromático Snuggle), Beorn (The Hobbit), Paddington, el Oso Carpintero, Me to You (Tatty Teddies), Misha, el Oso Rulo (Los Simpsons), Knut, Sr. Oso, Boog (Open Season), el Oso-Babas, Noah, Nounours, Buttons (People who kill), Shako (2000 A.D.), Oliver, Flippy, Disco Bear, Pop y Cub (Happy tree friends), Wikett, Logray, Tebbo y el jefe Chirpa (Los Ewoks), los Osos Bailarines (Garfield), Paw Paw Bears, Pimboli, Akakabuto (Ginga), Bear (Harvey Birdman), Sooty, el gingantesco Shardik (La Torre Oscura III: Las Tierras baldías), Mr. Thurston Howell III (la isla de Gilligan), Genma Saotome (Ranma ½), C Bear (C Bear y Jamal), Bearmon, Grizzmon, Monzaemon, Pandamon (Pokemon), Teddy Trucks, Oso-Le-Mío, Superted, Pooky (Garfield), el infame Gominola, Kenai y Koda, Joe Falconi, Drew Stone, Jay Masters, Growl Bear, Rick Monroe, Kevin James, Bob Hoskins, Kevin Smith, John Goodman, James Corden, Etan Suplee, Jack Radcliff, Manolo Martínez, y un larguísimo (de verdad larguísimo) etcétera.

Por cierto, he aquí algunos hechos bien corroborables acerca del oso: a) una persona de cada 16,000 comete asesinato, pero sólo uno de cada 50,000 osos se convierte en oso asesino (y de esa cifra muy pocos llegan al estrellato), b) los osos viven en todo el mundo, excepto por la Antártida (al menos yo no he visto ningún perfil de aquellas latitudes en 411 ni bosques aledaños), c) el oso come grandes cantidades de comida para alistarse para el invierno, o mejor dicho: d) el oso necesita grandes cantidades de calorías para sobrevivir el día a día, e) el cachorro de oso se llama osezno y suele ser muy juguetón, f) como el oso adulto también es juguetón y amiguero, ambos necesitan mucho, mucho espacio, g) en ese vasto territorio, el oso siempre está buscando qué comer (y beber y lamer y mamar y abrazar y... h) mucha comida es una invitación directa a que uno varios osos se te acerquen, i) porque el oso es gregario y prefiere estar con otros de su especie, así que j) si te encuentras con un oso, debes hablarle suavemente y evitar correr en sentido opuesto (no sabes cuántos se han arrepentido, la lista es laaarga), k) y en la medida de lo posible, es mejor evitar gritarle a un oso, sobre todo si tienes voz de pito de camotero, finalmente: l) si el oso va sobre ti, lo mejor que puedes hacer es rendirte, aflojar los músculos y cooperar para la causa.

Definido el oso, pero a todo esto, ¿qué hay antes del oso? Un orgasmo largo y placentero, en ocasiones pasión y si hay suerte también amor, nueve meses de hibernación cálida, una niñez que terminará tarde o temprano en otro oso y luego millones de pelos y más osos, y más osos. Aún no se sabe a ciencia cierta qué causa al oso, aunque se presume que la dieta, la genética, la actividad o inactividad física y un simple gusto por la vida podrían tener algo que ver. Por otro lado, los efectos directos y colaterales del oso son muchos y muy variados: pelos en el sofá, sillas rotas, pelos en la cama, miradas de asombro, sonrisas, rigidez en el(los) miembro(s), pelos en la lengua, movimientos telúricos al compás de la música, gastos enormes de tela e hilo, huellas de garras por todos lados, muebles flojos y rechinantes, comida abundante, abrazos, cambio de suspensión en el auto, cambio de auto por uno más amplio, pelos en la alberca, pelos en la sopa, pelos en el baño, pelos en todos lados. Tal parece que el propósito del oso no está bien definido, algunos dicen que no hay un propósito, o que en todo caso cada oso particular define su propio propósito, previa autoexposición de sus inquietudes y algunos breves pero sustanciosos momentos de introspección. ¿Y después del oso? ¿Qué hay después del oso? Pelos, por supuesto. Satisfacción. Sueño. A veces también un terrible hueco en el alma, pero sobre todo en el estómago. Hambre, mucha hambre. Tanta hambre que mejor yo aquí le paro y como todo buen oso en pleno crecimiento me voy a comer algo rico y sustancioso.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Niebla

Estás sentado, sólo; tus muslos todavía no logran encontrar el punto ideal entre la afelpada tapicería gris del autobús y la relajación total. Fila 4, asiento 16, la inmensa ventanilla sentada amenazadoramente a tu derecha, y tras ella, más a la derecha –aunque en realidad por todos lados envolviendo tu mundo actual– la vista grumosa de un moribundo amanecer de agosto: sex ante meridiem. Hace media hora (más o menos) que comenzaste tu viaje y ya te parece una eternidad. La calefacción no funciona y tú, simple mortal, ni siquiera pensaste en preparar café caliente y un termo. Entrecierras tus ojos cansados tratando de atisbar algo a través del vidrio pero es inútil: afuera todo es blanco, pastoso, natudo. Con este ánimo te daría exactamente lo mismo viajar por un callejón polvoriento de Timbuctú que estar varado en un barco pescadero en medio del Pacífico. Te encuentras en algún punto borroso entre el sueño y la mitad de un camino que sólo es tu camino por ser un hombre de palabra, por eso y un recuerdo y nada más. A estas alturas cualquier duda al respecto está más que explorada. Por más que le busques colmillos a la lombriz sabes que no vas a encontrar otra causa de estar ahí que tu terca obstinación por estar. En tu cráneo a prueba de intrusos ya no suena ningún otro motor posible, la pregunta pasó hace muchas curvas de la angustia a la náusea. El hecho es que hace años que en el fondo no te interesa ir a ningún lado (en la superficie el reflejo no es dispar); te arden los ojos y por momentos encuentras difícil enfocar, el frío trepa desde tus pies como una enredadera de hielo, sientes ganas de orinar y entonces un gruñido de oso te recuerda que no te diste tiempo ni siquiera para desayunar. Frotas tus manos entumidas como si quisieras hacer fuego y el vaho frente a tus ojos forma genios que parecen unirse a esa bruma que husmea al otro lado de la ventana.

Fue una semana difícil y encima te desvelaste hasta tarde viendo cuanta zonzera se te puso enfrente en internet: videos, fotos, pornografía (por supuesto pornografía), leyendo blogs y platicando por messenger con esa misme gente de siempre, gente que a veces quisieras no volver a encontrar, nicks absurdos sin rostro ni contenido que por costumbre o indolencia nunca te has atrevido a bloquear: discutiste con “KaNgArOo_StArLiGhT_iN_hEaVeN” por tonterías que no deberían quitarle el sueño a nadie, fuiste paño de lágrimas para “(.x_x)TommyDepre(x_x.)” y su quinto truene con Cruz (casi sientes los pelos pegajosos de tanto llanto y mocos ajenos), escuchaste una letanía de cosas que siempre has odiado de ti pero que de algún modo excitan tanto a “Oz_95”, y “BraunbäR” te reclamó otra vez por no haber ido a su fiesta de graduación –por enésima vez le explicaste que hubo un problema en el trabajo y que tuviste que quedarte hasta tarde, y por enésima vez te dijo que sus reclamos de más de una hora eran una tontería y que a pesar suyo todo estaba bien. –Y tú sentado en la cama con la luz apagada sólo hubieras querido que él apareciera en tu monitor para cancelar la cita, para liberarte. Todo mundo estuvo ahí, todos menos él. ¿Qué esperabas? Ha sido un viaje largo y Murphy cubre todas las enventualidades, messenger incluído. Igualmente y aunque no lo quieras ver así, volvió a robarte tus horas de sueño.

Volteas a ver los asientos vacíos del camión y te preguntas si ese vacío no se habrá instalado ya dentro de ti. Hoy es una de esas ocasiones en las que te molesta tanto ser irremediablemente tú y compartir lazos de sangre con esas dos letritas odiosas que sonrientes dibujan “sí”, con ese huésped que nunca te pide permiso para salir y que jamás te pedirá perdón. Te purga porque tu viaje pudo ser goce en lugar de sombra y nube, porque no quisieras pero debes; porque eres vas y porque vas eres no más que una promesa más en un día lleno de harina y gotas de horchata, porque eres un hombre de palabra. En menos de medio segundo volviste a endosarle un cheque por otro día de tu vida, otra vez tu vida. Si tan sólo pudieras regresar el tiempo una semana, si pudieras cambiar lo que eras pero sigues siendo... dirías lo que dice la gente normal: “ese día no puedo” o “haré lo posible, aunque no te prometo nada” pero no: cargas a cuestas con la herencia de aquel antepasado que vino al mundo en lo alto de una acrópolis llamada Samaria y el peso de ese tatuaje infinito se está volviendo mortalmente abrumador. Lucha existencial. Manos arriba, el deber o la vida: ¿qué es más tonto, un código podrido, el leproso que lo cumple o el visitante que lo reconforta? Un bostezo cierra tus ojos y los hace lagrimear (arden), afuera la blancura bosteza también. Te estiras en el asiento y tratas de pensar en lo justo: bonita palabra para coronar el hastío. Y la debilidad. Después de todo ¿no fue Alex quien te recibió en el aeropuerto hace siete años cuando llegaste a México y no conocías a nadie? ¿no fue Alex quien te hospedó, te dio de comer durante una semana e incluso te dio una palmadita en la espalda y te dijo “está bien, tú no te preocupes, yo estoy contigo”? Te asomas de nuevo por la ventana y el cuadro es el mismo de hace cinco minutos, el mismo de hace veinte, y veinticino, y cuarenta y tres. La misma fotocopia sin toner del mismo deja-vu insípido y soso. ¡Qué burla, si viviera Malevich se tragaría de un sorbo lo que piensas de él!... y ese frío condenado que ya llega a tus rodillas, y tu reproductor de MP3 que se quedó sobre el buró.

¡¿Qué, quién, dónde?! El sonido de tu cabeza golpeando el vidrio te devuelve a la realidad y te preguntas cuánto tiempo habrá pasado. ¿Llevas un siglo sentado en el mismo camión, o los primeros 50 años fueron sueño y estos otros realidad? Buscas en la bolsa interior de tu chamarra, jalas con dos dedos la cajetilla y te llevas un cigarrillo a la boca ¿trajiste el encendedor? Apenas has garabateado la pregunta en tu cerebro entumido, alcanzas a ver dos arcos de peluche juntándose en medio del retrovisor. Bajo ellos, dos capulines maduros te clavan la mirada. A la derecha del espejo, una calcomanía maniatada está gritándote ¡“Prohibido fumar”! Desistes resignado, va de vuelta el tabaco a su funda de cartón y celofán, y tú, rascándote la barba de cuántos días, a la nube eterna. Regresa el sopor pero esta vez reclinas el asiento, giras tu cabeza: izquierda, derecha, crack. Cruzas tus pies lejanos y entrelazas los dedos de tus manos sobre la barriga, y entonces, oscuridad...

–Pasajeros con destino a la ciudad de Cancún, abordar la aeronave por el andén 43. El sonido de los altavoces suena por todo el pasillo, a tu lado está él con una sonrisa y dos maletas de viaje. –¡Necesito ir al baño!, gritas como si en ello se te fuera la vida. –Está bien, aquí te espero. La sonrisa de Alex parece pintada por Miguel Ángel después de un buen clericot y una pizza de tres quesos. Te apresuras a entrar a la puerta que tiene el monito pintado y una vez adentro te das cuenta de que no es un verdadero baño. Todo lo que ves es un pasillo estrecho y bajo pintado de blanco, a tu derecha una pared y a la izquierda tuberías de distintos calibres, lámparas de neón blanco se pierden en el techo hasta el infinito y tú decides continuar. Al final del corredor (ahora hay un final) encuentras una fila de mingitorios malolientes y te preguntas cuánto hará que los empleados de limpieza no entran al baño de hombres. Vacías tu vejiga que dibuja una nube de espuma sobre el líquido amarillo y regresas por donde llegaste, ahora la puerta de salida está mucho más cerca de lo que esperabas y en seguida estás de vuelta en los pasillos del aeropuerto. Alex no está por ningún lado y con un sentimiento que se parece al coraje y a la angustia decides correr para alcanzar tu vuelo, para alcanzar a Alex, para alcanzar lo que quede de todo esto que te pertenece. Los corredores tienen un aire de mercado de abastos y mientras más avanzas más te convences de que lo es, hay locales vacíos con barras de concreto y el techo alto tiene un aire familiar de bodega. No hay letreros y de pronto escuchas de nuevo los altavoces: –Vuelo 43 con destino a Cancún a punto de partir. En eso ves a Alex abrazando a otra persona que no eres tú y sientes un súbito coraje. La otra persona te ha visto pero tú sigues de largo, pasas a espaldas de Alex y por un momento no sabes si seguir y tomar tu vuelo, si tocarle el hombro y enfrentarlo o disimular. Te decides por lo último y das otra vuelta por confusos pasillos mientras piensas en las razones que tiene para huir así de ti y lanzarse a los brazos de otra persona. Das la vuelta por el primer pasillo a la derecha y regresas por donde mismo, esperando ver a Alex esta vez con las maletas, esperándote con esa sonrisa de pintura de fin de semana en Italia. Alex no está ahí. Recuerdas tu vuelo y corres hacia el fondo del pasillo. Una luz muy fuerte te señala la salida donde una escalera de abordaje improvisada que más parece de una construcción en obra negra que de un puerto aéreo se despliega hacia la nada, donde una figura ruidosa se desvanece poco a poco entre las nubes. El avión ha partido, él ha partido y estás de nuevo sólo. De pronto se desenchufa el sonido y te sientes aliviado, como si otra vejiga en el fondo de tu alma acabara de orinar a Alex.

Un ronquido tuyo te despierta de nuevo y confuso te preguntas si estás en un autobús o en un avión. El movimiento ha cesado, rascas tu nuca, bostezas para recobrar un poco de oxígeno y limpias la ventana con la manga de tu chamarra. Afuera la niebla continúa. Estiras los brazos, te paras de tu asiento, recorres el pasillo y bajas del autobús. El frío es casi insoportable. De pronto entre la niebla, una silueta se acerca y reconoces los ojos de capulín. –¿Listo joven? –Eh, sí. Disculpe, ¿dónde están los sanitarios? –Al final del pasillo, junto a los elevadores. Te diriges hacia donde el hombre señala y a los pocos segundos ves la puerta del baño. Titubeas, pero entras. Un minuto más tarde, aliviado, entras al elevador y subes a la sala de espera de vuelos nacionales. Justo al salir, un hombre le pregunta la hora a una anciana y sabes que él ya estará ahí, con sus maletas y su sonrisa amable, con sus ojos de encanto y su voz de cielo, con sus brazos abiertos como aquella vez que te recibió y todo comenzó para ti. Caminas diez o veinte metros más y entonces lo ves parado junto a la máquina de golosinas, apretando los botones enfundado en una gabardina café. Mientras te acercas cada paso reverberará en tu cerebro como un latido y un aniversario y un sueño y un amanaecer entre sábanas blancas y sonrisas. Él no te habrá visto aún, pero él ama las sorpresas. Parado detrás de él cerrarás los ojos y llenarás tus pulmones con su aroma, y entonces sabrás por qué estás ahí. Alex se agachará a recoger sus galletas y por un instante verás tu reflejo en el cristal de la máquina, y al levantarse él creerá haberlo visto también. Entonces girará lentamente y una niebla blanca y espesa le dirá que estuviste ahí.

viernes, 2 de octubre de 2009

Rebanador

Buenos días. Mi nombre es Dibar Ylf Srevihs. Me gustan los rollitos de carne de nuta y la sopa de ramalac. Detesto a los recién eclosionados y la música de Aimedaca Al. Dedico la mayor parte de mis esfuerzos y mi tiempo a escribir historietas sobre horror parasitario, y a mis escasos 936 gnomones algunos ya me consideran un maestro del mutāre, honor que por supuesto no creo merecer. Vivo en un pequeño planeta llamado Bart Szpir (sólo 0.3066 parsecs de diámetro, que si comparamos con los 3.71 gigaparsecs de Burnham Bo, mi planeta natal, son una mera caminata de vacaciones). Mi condición de neila me impide viajar muy a menudo, así que hago mi vida en este rincón del bello glóbulo Bok que ustedes llaman “La Oruga”, justo entre las gigantescas nubes de hidrógeno molecular frío, el objeto Herbig-Haro HH47, los pilares de gas y polvo y el gran ojo de cerradura de la Nebulosa Eta Carinae (NGC 3372). No es que tenga grandes necesidades de hacer un viaje o ver el universo, pero siento que a partir de la tripartición de la constelación Argo Navis algo en mí no quedó del todo pleno, y que haberme quedado en la quilla significó reducirme a mero extraño en medio de un sistema de estrellas múltiples, hoyos de gusano y un registro de cuentas que prácticamente se pagan sólas. Gano un aproximado de 730 luetkes por gnomon, tengo en la sala un receptor de imágenes de 25 pulgares que casi nunca enciendo; 420 programaciones de toda la nebulosa desperdiciadas que matan a cualquiera de la envidia. Mi casa es suficientemente espaciosa para albergar una familia grande y el jardín es totalmente autosustentable. Un híbrido clase B a base de neón y nitrógeno me espera haciendo polvo en el disparador y mi sistema de abastecimiento y víveres está pagado de por vida por la Asociación Eniffoj-Niktiw. Vivo sólo y me siento estancado. Vivo estancado y me siento sólo.

–Eso no es raro, eres un escritor de historietas.
–Mutāre
–Mutāre, parásitos, deformación, un escritor de historietas y punto.
–Cierto. No es raro que alguien como yo se sienta así. Lo extraño, ¿sabes? es conversar estas cosas contigo, precisamente contigo que eres reflejo entre vapores aromáticos, lunar simétrico y mueca de cicatrices correspondidas una a una en un cristal de litio ionizado. Y hay más. He descubierto nuevas peculiaridades de mi persona.
–¿Es que aún te quedan perversiones ocultas?
–Eso parece, como dijo aquél hombre de la nebulosa Homunculus.
–El hombrecito.
–Cierto, el hombrecito en la nebulosa del hombrecito. Todos, si vivos, todos perversiones.
–Bizarra, desviada, atípica, múltiple; tal es la naturaleza divina de la vida.
–Regados por miles de galaxias y heme aquí, catálogo de desviaciones y aficiones fuera de norma.
–¿Cómo, es un día hermoso y sigues hablando con un espejo de litio ionizado?
–Sigo vivo. Mi nombre es Dibar. Rabioso, sólo, estancado, rico, loco, perverso. Quizá no haya fondo para todo esto.
–¿Y qué nuevo nivel de aflicción erótica es este que te ha levantado de la cama para conversar?
–Creo que soy un rebanador.
–Espera, ¿un rebanador? ¿Acaso arrancaste esa página del libro que define la palabra límite?
–Sigo hablando con un espejo de litio ionizado. Soy un escritor de historietas. Parece no haber límites. Tengo ganas de rebanar.

A veces las cosas se salen de control. Viñetas que rebasan la jaula bidimensional y diálogos aburridos de transbordar entre globos de tinta y celulosa, personajes que agarran la máquina del café en tu cocina con la mano desnuda. El aullido al quemarse hiere tus oídos, ves la sombra en los pasillos, hueles su presencia sobre tu hombro, sus ojos lagrimean en las páginas y el papel se humedece con sangre o plasma. Todo eso ocurre. La magia de una buena historia mutāre, todos lo saben, por eso se venden tan bien. Pero esto es diferente. No lo he leído ni escrito ni publicado jamás; esto está ocurriéndome de verdad a mí.

No tengo bien en claro cuándo o cómo comenzó. Supongo que al principio no fue una necesidad sino algo más parecido a la curiosidad. Dicen que una cosa te lleva a la otra e intuyo que algo habrá desencadenado el goce. Leía, soñaba, imaginaba, disparaba humedades y calor... poco a poco me adentré en la fantasía y pronto me sentí identificado con un mundo de grumos, tejidos rotos y etilmercuritiosalicilato de sodio. Gustoso me hubiera puesto etiquetas, aunque no comprendía mi fascinación. Prontó comencé a envidiar a las planarias, nemerteas, holoturias, caudados y en general a cualquier especie con cualidades regenerativas. Desafortunadamente tuve que aprender a vivir con el anhelo mutilado y mis sueños vaporosos de blastemas y miembros de repuesto.

La primer rebanada fue inolvidable. Decidí que fuera la falange digital de mi pulgar izquierdo (después de todo, cualquier cosa que carezca de una falange media no puede considerarse un verdadero dedo, así que para probar decidí que no tenía nada qué perder). Preparé la toalla blanca, el tantō, la liga, el frasco. Sin más ceremonias planté la palma sobre el pequeño cadalso, clavé la punta de la cuchilla en la tabla y bajé la guillotina, la hoja de acero penetró de un tajo produciendo un golpe seco sobre la madera, corrió libre un poco de sangre y un filtro de destellos blancos invadió mis ojos. Sentí mi corazón trotando su caballo rojo por todo el cuerpo, por un instante creí que caería al suelo y me apoyé con ambos codos mientras un sudor seco salía por cada poro de mi cuero cabelludo. El dolor que sobrevino fue exquisito, la visión sublime: una parte de mí sobre la mesa y la otra en otro mundo, falange y hombre separados por un espacio divino; iki yubi y gokudo en universos paralelos. A mi mente vino un sueño de autonomía caudal y mientras me hacía la curación vi como iki se convertía en shinu. Sin falta cometida, carecía de un oyabun a quien mostrar mi respeto, así que guardé el trozo de dedo un tiempo y un buen día de verano me decidí a arrojar el hueso en las aguas violáceas del Ōdukog.

Sí. Tienes razón, no es la clase de cuento que tu mamá te contaría para dormir, aunque sí más original, tienes que admitirlo. A mi corazón le gusta. Pero mejor te contaré lo que siguió: Por unos meses eché de menos la carne faltante y el periodo de sanación me aburría como un duelo impuesto tras el nacimiento de un primogénito. Absurda espera de lo que sin falta vendrá. Pronto el sueño se convirtió en obsesión y el antojo en necesidad. Seguí con otras falanges pero pronto me harté del yubitsume y el rito comenzó a parecer un poco soso. Sin embargo la excitación del acto seguía ahí y era cada vez más fuerte y adictiva; el aroma del tiomersal por las mañanas y la sinestesia tras el cambio de vendas eran una droga extática que hacía valer la pena cada nuevo día en mi rincón soleado en la gran meseta de Bart Szpir. Las rebanadas se hicieron sorpresivas, impredictibles y más originales. Lo mismo podía despertar con ganas de quitarme de un buen tajo el pezón, que con ánimo de dividir el muslo o tomar el pie derecho entero. Durante el tiempo que pude hacerlo seguí escribiendo. Más tarde y prácticamente sin carpos le dicté a la máquina de viva voz. Finalmente terminé por adquirir uno de esos traductores de impulsos cerebrales: mi obra comenzó a venderse mejor que nunca y aún en la convalecencia y en las tardes de fiebre lograba producir material de primera calidad. Músico pagado –contento pero desafinado... mas mutāre mutilado –completo y extasiado.

Buenas noches. Mi nombre es Dibar Ylf Srevihs. Soy un rebanador. Tengo 972 gnomones de edad y hace 11 que ya no salgo de mi habitación; no es fácil hacerlo sin piernas ni brazos. Tampoco tengo para qué molestarme en intentarlo, la vida es plácida aquí. Hace dos días recibí un par de invitaciones para viajar a Trumpler 14 y Trumpler 16. También llegó mi nueva máquina rebanadora ¡es una maravilla! Acabo de programarla para que haga cortes finos de mi torso a un ritmo constante. Le llevará 6 o 7 días llegar hasta mi cerebro. El insuflador me dará suficiente vida y conciencia hasta entonces. Soy Dibar, maestro del mutāre, y he dejado de conversar con mi cercenado reflejo en el cristal de litio ionizado. Rebanada por rebanada, me siento más vivo mientras más muero. Soy un rebanador, me siento pleno. Soy feliz.