viernes, 2 de octubre de 2009

Rebanador

Buenos días. Mi nombre es Dibar Ylf Srevihs. Me gustan los rollitos de carne de nuta y la sopa de ramalac. Detesto a los recién eclosionados y la música de Aimedaca Al. Dedico la mayor parte de mis esfuerzos y mi tiempo a escribir historietas sobre horror parasitario, y a mis escasos 936 gnomones algunos ya me consideran un maestro del mutāre, honor que por supuesto no creo merecer. Vivo en un pequeño planeta llamado Bart Szpir (sólo 0.3066 parsecs de diámetro, que si comparamos con los 3.71 gigaparsecs de Burnham Bo, mi planeta natal, son una mera caminata de vacaciones). Mi condición de neila me impide viajar muy a menudo, así que hago mi vida en este rincón del bello glóbulo Bok que ustedes llaman “La Oruga”, justo entre las gigantescas nubes de hidrógeno molecular frío, el objeto Herbig-Haro HH47, los pilares de gas y polvo y el gran ojo de cerradura de la Nebulosa Eta Carinae (NGC 3372). No es que tenga grandes necesidades de hacer un viaje o ver el universo, pero siento que a partir de la tripartición de la constelación Argo Navis algo en mí no quedó del todo pleno, y que haberme quedado en la quilla significó reducirme a mero extraño en medio de un sistema de estrellas múltiples, hoyos de gusano y un registro de cuentas que prácticamente se pagan sólas. Gano un aproximado de 730 luetkes por gnomon, tengo en la sala un receptor de imágenes de 25 pulgares que casi nunca enciendo; 420 programaciones de toda la nebulosa desperdiciadas que matan a cualquiera de la envidia. Mi casa es suficientemente espaciosa para albergar una familia grande y el jardín es totalmente autosustentable. Un híbrido clase B a base de neón y nitrógeno me espera haciendo polvo en el disparador y mi sistema de abastecimiento y víveres está pagado de por vida por la Asociación Eniffoj-Niktiw. Vivo sólo y me siento estancado. Vivo estancado y me siento sólo.

–Eso no es raro, eres un escritor de historietas.
–Mutāre
–Mutāre, parásitos, deformación, un escritor de historietas y punto.
–Cierto. No es raro que alguien como yo se sienta así. Lo extraño, ¿sabes? es conversar estas cosas contigo, precisamente contigo que eres reflejo entre vapores aromáticos, lunar simétrico y mueca de cicatrices correspondidas una a una en un cristal de litio ionizado. Y hay más. He descubierto nuevas peculiaridades de mi persona.
–¿Es que aún te quedan perversiones ocultas?
–Eso parece, como dijo aquél hombre de la nebulosa Homunculus.
–El hombrecito.
–Cierto, el hombrecito en la nebulosa del hombrecito. Todos, si vivos, todos perversiones.
–Bizarra, desviada, atípica, múltiple; tal es la naturaleza divina de la vida.
–Regados por miles de galaxias y heme aquí, catálogo de desviaciones y aficiones fuera de norma.
–¿Cómo, es un día hermoso y sigues hablando con un espejo de litio ionizado?
–Sigo vivo. Mi nombre es Dibar. Rabioso, sólo, estancado, rico, loco, perverso. Quizá no haya fondo para todo esto.
–¿Y qué nuevo nivel de aflicción erótica es este que te ha levantado de la cama para conversar?
–Creo que soy un rebanador.
–Espera, ¿un rebanador? ¿Acaso arrancaste esa página del libro que define la palabra límite?
–Sigo hablando con un espejo de litio ionizado. Soy un escritor de historietas. Parece no haber límites. Tengo ganas de rebanar.

A veces las cosas se salen de control. Viñetas que rebasan la jaula bidimensional y diálogos aburridos de transbordar entre globos de tinta y celulosa, personajes que agarran la máquina del café en tu cocina con la mano desnuda. El aullido al quemarse hiere tus oídos, ves la sombra en los pasillos, hueles su presencia sobre tu hombro, sus ojos lagrimean en las páginas y el papel se humedece con sangre o plasma. Todo eso ocurre. La magia de una buena historia mutāre, todos lo saben, por eso se venden tan bien. Pero esto es diferente. No lo he leído ni escrito ni publicado jamás; esto está ocurriéndome de verdad a mí.

No tengo bien en claro cuándo o cómo comenzó. Supongo que al principio no fue una necesidad sino algo más parecido a la curiosidad. Dicen que una cosa te lleva a la otra e intuyo que algo habrá desencadenado el goce. Leía, soñaba, imaginaba, disparaba humedades y calor... poco a poco me adentré en la fantasía y pronto me sentí identificado con un mundo de grumos, tejidos rotos y etilmercuritiosalicilato de sodio. Gustoso me hubiera puesto etiquetas, aunque no comprendía mi fascinación. Prontó comencé a envidiar a las planarias, nemerteas, holoturias, caudados y en general a cualquier especie con cualidades regenerativas. Desafortunadamente tuve que aprender a vivir con el anhelo mutilado y mis sueños vaporosos de blastemas y miembros de repuesto.

La primer rebanada fue inolvidable. Decidí que fuera la falange digital de mi pulgar izquierdo (después de todo, cualquier cosa que carezca de una falange media no puede considerarse un verdadero dedo, así que para probar decidí que no tenía nada qué perder). Preparé la toalla blanca, el tantō, la liga, el frasco. Sin más ceremonias planté la palma sobre el pequeño cadalso, clavé la punta de la cuchilla en la tabla y bajé la guillotina, la hoja de acero penetró de un tajo produciendo un golpe seco sobre la madera, corrió libre un poco de sangre y un filtro de destellos blancos invadió mis ojos. Sentí mi corazón trotando su caballo rojo por todo el cuerpo, por un instante creí que caería al suelo y me apoyé con ambos codos mientras un sudor seco salía por cada poro de mi cuero cabelludo. El dolor que sobrevino fue exquisito, la visión sublime: una parte de mí sobre la mesa y la otra en otro mundo, falange y hombre separados por un espacio divino; iki yubi y gokudo en universos paralelos. A mi mente vino un sueño de autonomía caudal y mientras me hacía la curación vi como iki se convertía en shinu. Sin falta cometida, carecía de un oyabun a quien mostrar mi respeto, así que guardé el trozo de dedo un tiempo y un buen día de verano me decidí a arrojar el hueso en las aguas violáceas del Ōdukog.

Sí. Tienes razón, no es la clase de cuento que tu mamá te contaría para dormir, aunque sí más original, tienes que admitirlo. A mi corazón le gusta. Pero mejor te contaré lo que siguió: Por unos meses eché de menos la carne faltante y el periodo de sanación me aburría como un duelo impuesto tras el nacimiento de un primogénito. Absurda espera de lo que sin falta vendrá. Pronto el sueño se convirtió en obsesión y el antojo en necesidad. Seguí con otras falanges pero pronto me harté del yubitsume y el rito comenzó a parecer un poco soso. Sin embargo la excitación del acto seguía ahí y era cada vez más fuerte y adictiva; el aroma del tiomersal por las mañanas y la sinestesia tras el cambio de vendas eran una droga extática que hacía valer la pena cada nuevo día en mi rincón soleado en la gran meseta de Bart Szpir. Las rebanadas se hicieron sorpresivas, impredictibles y más originales. Lo mismo podía despertar con ganas de quitarme de un buen tajo el pezón, que con ánimo de dividir el muslo o tomar el pie derecho entero. Durante el tiempo que pude hacerlo seguí escribiendo. Más tarde y prácticamente sin carpos le dicté a la máquina de viva voz. Finalmente terminé por adquirir uno de esos traductores de impulsos cerebrales: mi obra comenzó a venderse mejor que nunca y aún en la convalecencia y en las tardes de fiebre lograba producir material de primera calidad. Músico pagado –contento pero desafinado... mas mutāre mutilado –completo y extasiado.

Buenas noches. Mi nombre es Dibar Ylf Srevihs. Soy un rebanador. Tengo 972 gnomones de edad y hace 11 que ya no salgo de mi habitación; no es fácil hacerlo sin piernas ni brazos. Tampoco tengo para qué molestarme en intentarlo, la vida es plácida aquí. Hace dos días recibí un par de invitaciones para viajar a Trumpler 14 y Trumpler 16. También llegó mi nueva máquina rebanadora ¡es una maravilla! Acabo de programarla para que haga cortes finos de mi torso a un ritmo constante. Le llevará 6 o 7 días llegar hasta mi cerebro. El insuflador me dará suficiente vida y conciencia hasta entonces. Soy Dibar, maestro del mutāre, y he dejado de conversar con mi cercenado reflejo en el cristal de litio ionizado. Rebanada por rebanada, me siento más vivo mientras más muero. Soy un rebanador, me siento pleno. Soy feliz.

No hay comentarios.: