jueves, 13 de agosto de 2009

Velorio

Esta noche he llegado tarde a un velorio, si puede hablarse de puntualidad cuando se trata de despedir a alguien que ya se ha ido. La persona que me avisó por teléfono del fallecimiento me dio la dirección de la funeraria, pero en un tonto intento por aparentar prudencia, decidí no pedir más detalles. Fui a la cocina, comí algo de verduras recalentadas y tomé un vaso de leche fría, que es muy buena para mantener los ojos abiertos durante las noches de desvelo. Me cambié de ropa y vi el reloj: eran las once cuarenta y cinco de la noche. Afuera hacía frío y a esa hora ya no pasan autobuses por mi casa, así que llamé un radiotaxi y mientras lo esperaba vi el corte informativo: miles de muertos en los enfrentamientos en Palestina, un accidente en la México-Pachuca, las imágenes de un atraco doble en una plaza comercial del DF y un nuevo caso de negligencia médica contra una madre a punto de dar a luz. Pitido de Tsuru, el escándalo de mis llaves dando vuelta al cerrojo de la casa, buenas noches, portazo y viaje corto sin música ni charla. El fulano dice que son treinta pesos por la dejada. Yo, que no le daré más de veinte porque está muy cerca y porque además de todo he tenido que decirle por dónde girar para evitar que se pierda, él que veinticinco y yo que está bien. Buenas noches y portazo.

Entro en la funeraria y enseguida noto que hay al menos seis salas de velación y que forzosamente tendré que decidirme por una de ellas. No veo por ningún lado la clásica pizarra con el nombre del difunto; en su lugar hay pantallas planas anunciando los completísimos servicios que se ofrecen y un par de máquinas de café americano. Algunos dolientes se despiden en distintos rincones de la recepción, pero como no conozco a ninguno de ellos, creo que será buena idea recorrer todas las puertas de las salas tratando de olfatear a la muerte. Al parecer la muerte nueva no huele a nada, pero de una de las salas llega un fuerte aroma a jazmín y atinadamente decido entrar. Justo al atravesar el umbral me topo con la viuda y su hijo, que reciben pésames de un par de amigos: gracias, afortunadamente ya está descansando, gracias, muy cansada pero también contenta por él, disculpen pero necesito irme a dormir -estoy muy cansada, muchas gracias, sí mañana a las once en la capillita que está aquí mismo, hasta mañana, gracias. Espero mi turno y la viuda me atiende con mucha educación y una sonrisa mientras avanza hacia la salida. La abrazo, le digo no sé qué cosa que seguramente ella tampoco recordará y ella dice que gracias por todo. Escena similar con su hijo y todos desaparecen rumbo a la salida. Entro a la sala vacía y descubro que en efecto he llegado tarde. El difunto ya ha cerrado su ataúd y algunas flores cansadas ya dejan caer sus pétalos sobre la alfombra roja. Extraño velorio sin gente que vele, pienso. Pero claro, he llegado tarde y no tengo derecho de opinar. Doy la media vuelta, salgo de la sala de velación, camino escuchando el eco de mis pasos, salgo de la funeraria y me encuentro en la calle fría sin ganas de volver tan pronto a casa. Tarde para el velorio, adelantado para dormir.

Hay aproximadamente cuatro kilómetros de concreto desde la funeraria hasta mi casa. ¿Alguna vez alguien habrá contado cuántos pasos se necesitan para caminar cuatro kilómetros de concreto a mitad de la noche? ¿A alguien se le habrá ocurrido contar cuántas bocanadas de oxígeno llenan los pulmones para dar el número de pasos necesarios para caminar esos cuatro kilómetros de concreto sin morir en el trayecto de la funeraria a la casa a mitad de la noche? ¿Acaso alguien llevará la cuenta de cuántos vivos han caído mientras alguien se preguntaba cuántas bocanadas de oxígeno se requieren para caminar los pasos que tapizan un camino de cuatro kilómetros de concreto a mitad de la noche? ¿Será que algún doliente haya sentido alguna vez verdadero dolor por alguno de esos vivos que han caído mientras alguien (yo) se pregunta estas estupideces? ¿Quizá alguno de los dolientes (malos veladores, he llegado tarde para despedir pero a tiempo para criticar) estará muriendo en este instante mientras yo me pregunto cuántos pasos debo dar para llegar a mi casa desde una funeraria vacía a mitad de la noche? ¿Podrá importarle al difunto si alguien muere de regreso a casa porque alguien no contó bien las bocanadas de oxígeno necesarias para mantener el paso que se requiere para recorrer cuatro kilómetros de concreto a mitad de la noche? ¿Acaso al difunto le importaría saber que se me hizo tarde para su velorio pero que encuentro que ‘mitad de la noche’ es aún muy temprano para llegar a casa después de su fallido velorio? ¿Y acaso a mí me importa un pepino si el velorio se hizo en vela o se cumplió tan sólo a medias, o si un fulano a media noche se pregunta idioteces porque llegó tarde para despedirse de alguien que no necesita despedidas porque ya se ha ido? Creo que después de todo nunca es temprano ni tarde para despedirse y descansar.

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